“Sentir cada día la alegría y el asombro de ser llamado por Dios a trabajar por él, en su campo que es el mundo, en su viña que es la Iglesia”, pidió a la intercesión de la Virgen María el papa Francisco, este domingo 20 de septiembre, durante el rezo del Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico ante el grupo reducido de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Comentando el Evangelio de hoy que narra el pasaje en el que Jesús llama a los obreros a trabajar en la viña, el pontífice subrayó las “dos actitudes del dueño de la viña: la llamada y la recompensa”.
El dueño de la viña sale a la plaza y llama “a las seis, a las nueve, a las doce, a las tres y a las cinco de la tarde… Ese dueño representa a Dios, que llama a todos y llama siempre. Dios también actúa así hoy: nos sigue llamando a cada uno, a cualquier hora, para invitarnos a trabajar en su Reino. Él no está encerrado en su mundo, sino que “sale” continuamente en búsqueda de personas, porque no quiere que nadie quede excluido de su plan de amor”.
Como consecuencia, “nuestras comunidades también están llamadas a salir de los distintos tipos de “fronteras” que puedan existir, para ofrecer a todos la palabra de salvación que Jesús vino a traer. Se trata de abrirse a horizontes de vida que ofrezcan esperanza a cuantos viven en las periferias existenciales y que aún no experimentaron, o bien perdieron, la fuerza y la luz del encuentro con Cristo”.
Luego, de manera improvisada el Papa agregó: “La Iglesia debe ser como Dios, siempre ‘en salida’”, y retomó un concepto que explica a menudo: ‘es mejor una Iglesia accidentada porque sale, que una Iglesia enferma porque no sale” .
La segunda actitud del dueño de la viña se refiere a la recompensa. En la parábola, el dueño paga a todos la misma suma, tanto si trabajó el día entero o solamente una hora.
“Dios se comporta así: no mira el tiempo y los resultados, sino la disponibilidad y la generosidad con la que nos ponemos a su servicio. Su modo de obrar es más que justo, en el sentido de que va más allá de la justicia y se manifiesta en la Gracia. Donándonos la Gracia, Él nos da más de lo que merecemos”.
“Que María Santísima nos ayude a sentir todos los días la alegría y el estupor de ser llamados por Dios a trabajar para Él en su campo, que es el mundo; en su viña, que es la Iglesia. Y de tener como única recompensa su amor, la amistad de Jesús, que es todo para nosotros”. +